METAMORFOSIS

Jhandry Ordóñez

Cursos de Fotografía Creativa (nivel 2) y Proyecto Fotográfico y Tratamiento de la Imagen (nivel 3)

Metamorfosis. Parte I: Crisálida

Nuestros cuerpos empiezan a descubrir el deseo y el amor.
Esta es una historia que todos vivimos, es decir, el momento en el que dejamos de ser niños, una búsqueda de nuestra propia sexualidad, que descubrimos a través de inocentes juegos.
Profundas transformaciones en ámbitos como la tensa vida familiar, laboral, las primeras relaciones, la rabia que todos sentimos al experimentar un periodo de incomprensión. Es decir, a diferencia de otras épocas, la adolescencia es un momento de la vida marcado por transformaciones.
Gran etapa de cambios. Por un lado, de cambios físicos y hormonales que nos hacen vivir nuevas experiencias. Se nos obliga a asumir nuevas responsabilidades y queremos ser adultos. Todo esto se completa con la aparición de apetitos hasta la fecha desconocidos como el deseo sexual.
Actualmente estamos rodeados de imágenes, de sonidos, de ordenadores, de teléfonos móviles… de nuevas tecnologías en resumen, y llevamos encima una exigencia propia a través de las redes sociales
Pocas veces como ahora la imagen del cuerpo ha estado tan presente en todos los
ámbitos de la vida cotidiana; difícilmente puedes estar al margen. Esto afecta, sobre todo, a los jóvenes y a los adultos. A los jóvenes, por la necesidad de sentirse aceptado por los demás, y a los adultos –especialmente, los más viejos–, por la exigencia de mantener un «cuerpo joven» sin ser fiel a la realidad, con el temor de mostrar el deterioro causado por el paso de los años sin tener en cuenta que el mayor logro a lo largo de la vida no es simplemente un ideal físico sino aspirar a mantener joven el espíritu, el alma.

Metamorfosis. Parte II: Mariposa

Si hablamos de madurez, esa etapa tan decisiva entre ser joven y ser adulto, pensamos en desarrollo: empezamos a tener más pelo, acumulamos más grasa, tenemos más manchas, descubrimos mil y un rasgos que no nos gustan pero, al fin y al cabo, esto es algo que nos pasa a todos y, a su vez, no a todo el que le pasa es un adulto completo.
¿Eres adulto por tener más pelos ahí abajo? Biológicamente se diría que sí, pero todos
sabemos a estas alturas que el físico no es más que un mero envoltorio condenado a pudrirse. A todo esto, hay una estrecha relación entre la persona adulta y la madura, «pues es la perfecta combinación», pero como en este mundo no existe la perfección muchas veces estos caminos se desvían y quedan adultos con la madurez justa para que no nos caguemos encima. La gran mayoría de los que la han pasado y de los que estamos atravesando esta etapa terminamos con experiencias básicas en común, como ese primer trabajo basura en el que se confunde ser joven con ser tonto (tópico en el que seguramente caigamos nosotros cuando seamos aún más mayores). Y aún así nos toca aguantarnos, porque como los viejos sabiondos dicen: «¿nosotros que íbamos a saber de la vida?».
O ese caos que se nos forma en la cabeza cuando toca decidir qué trabajo queremos terminar odiando con todo nuestro ser, basándonos en lo que amamos. Y ya ni hablar del amor, masoquismo en estado puro: algunos buscan contacto; otros, caricias en el alma; unos, entretenimiento; por ahí alguno busca su mitad, y demasiada casualidad es toparse con alguien con quien encajar.
Como quien dice que el verdadero caos no hace ruido, yo diría que la verdadera madurez es la madurez mental, todas esas piedras que te puso la vida con las que tropezaste y, más importante, con las que aprendiste a cómo levantarte. Esas heridas a las que dejaste de arrancar la costra para que sanen o esos miles de arañazos en el alma que arden y que dominas.
Y si hay algo clave entre tanta palabra es la inocencia: el verdadero paso entre ser joven y ser adulto es perder la inocencia. Dejamos lo que fuimos para dar paso a una versión plenamente consciente, mejorada o no.