QUE CONSTE EN ACTA

Damian S. Rodriguez

Curso de Fotoperiodismo

Introducción
LAS ABUELAS DEL FUTURO

En el 2006 aterricé en Cuba, puntualmente en Santiago de Cuba, con escasas instrucciones sobre la condición sociopolítica del lugar. Viajaba carente de toda seguridad, guiado por la aventura, con la incertidumbre como motor. Actitud juvenil que por ese entonces me retuvo más de la cuenta en migraciones cubanas y solo quedó aquel barrigón y su Cadillac blanco para sacarme del aeropuerto.

Ese taxi seria el puntapié para una estancia trascendental en la isla. A los diez minutos de viaje la pregunta de rigor: «¿tiene hospedaje donde quedarse?». Fuimos a donde una señora que alquilaba un cuarto y me recomendó que no decidiera aún porque me llevaría a tres casas más. Cada señora hacía su tour hogareño, engalanando los mejores ropajes del habitáculo. Me quedé en la segunda casa que visitamos, una pareja de aproximadamente setenta años me recibió como su nieto, por una módica suma (para mí) la estancia incluía desayuno y ropa lavada.

Supe después que solo los hogares inscritos y que cumplían con ciertas condiciones podían ofrecer este servicio. Además, debían pagar un fijo muy alto a las autoridades gubernamentales por brindar hospedaje y fuera de este sistema controlado quedaba totalmente prohibido recibir turistas en casas locales.

Cuando tuve la inquietud de seguir viaje por la isla, «mi abuela» se ofreció a gestionar mi siguiente hospedaje. Llamó por teléfono y con textuales palabras habló para alguien al otro lado del tubo: te mando a Damián». Así quedaba efectuada mi reserva. En la estación de buses de Trinidad otra «abuela» me esperaba sonriente con un cartel que decía mi nombre.

Ninguna de las señoras que me recibió tenía una edad inferior a los setenta años, así recorrí Cuba con la llamada de una «abuela» a otra. Un servicio personalizado que guardaba lo precario y familiar de la isla, una musicalidad nunca más escuchada en posteriores viajes.

A mi regreso y por muchos años conté fascinado cómo funcionaba su red empresarial tejida de ciudad en ciudad y de abuela en abuela. Hacían vivir al turista una experiencia única y personal en un país separado tajantemente entre este turismo vivencial y los hoteles 5 estrellas.

Hospedajes en casas ajenas mediante llamadas de teléfono, cartelitos con nombre y desayunos con huevo frito, arroz y frijoles.

Habían inventado airbnb, en Cuba, en el 2006.

Puede que hoy en día la empresa más famosa de hospedajes turísticos no tenga diferencias estructurales con aquel gobierno cubano que vigilaba y cobraba comisiones a las abuelas por dejarlas alquilar sus casas sin ofrecerles ningún servicio a cambio.

QUE CONSTE EN ACTA

En esta sociedad manejada por el capital empresarial que precariza laboralmente a sus empleados dedico esta crónica a la lucha sindical. Y a Fabrizio Mas Grimaldi e Irina Arsova, por abrirme las puertas de su mundo y dejarme retratar su pelea.

La primera foto que le saqué a Fabrizio Mas Grimaldi fue instintiva, circunstancial, caminaba hacia mí por la plaza de La Virreina, en pleno invierno; podría haber sido la única y última fotografía que tenga de mi amigo. Ahora esa imagen se revela como un instante premonitorio de todas las que vendrían a raíz de este proyecto fotoperiodístico que hubiese preferido que no existiera. Pero si el mosquito se apoya en tu hombro, ¿lo matas? ¿lo espantas? ¿o dejas que te pique? El mundo por ese entonces (enero del 2020) no conocía de pandemias ni de despidos colectivos.

Mostrar al personaje abrigado me parece la forma más oportuna de entrar en calor.

Fabrizio es peruano y hace nueve años que vive en Barcelona. Desde el 2016 trabaja para Airbnb. Irina Arsova es búlgara y hace cinco años que vive en Barcelona. Entró a trabajar un año antes que Fabrizio. Además de compartir el mismo empleo, son pareja y viven bajo el mismo techo. Su labor consiste, o consistía, en atención al cliente vía call center para la empresa Airbnb que tercerisa dicho servicio con la multinacional CPM, encargada también de reclutar al personal.

CPM, en Barcelona, es el call center más grande de Europa para la empresa Airbnb, y da servicios para todo el mundo en diez idiomas. Por lo tanto, trabajan para uno, pero su jefe es otro, un castillo de naipes que se derrumba cuando «el mandamás» corta abruptamente su contrato con CPM y este quiere prescindir de mil empleados de un dia para otro.

Teclear en una computadora y apretar enviar puede generar un colapso social. La bomba llegó el 30 de abril en un mail. La bandeja de entrada de cada trabajador de CPM tuvo la formalización de la apertura de una negociación por despido colectivo, el más grande en toda España a causa de la situación del Covid-19.

Su «nueva normalidad», además del virus, fue quedarse sin trabajo por mail. Es paradójico pensar que desde que Fabrizio e Irina están sin trabajo, trabajan más. Si antes tenían jornadas de ocho horas atendiendo llamadas de clientes disconformes o con problemas de comunicación entre arrendatario y arrendador, ahora pasan más tiempo sentados frente a una computadora haciendo trabajo telemático, pero no más para un tercero, sino para los suyos, podría pensarse al sindicalismo como «ser autónomo». Uno trabaja entendiendo a los «otros», sus compañeros, como lo mismo, una unidad, una lucha de solo dos, el trabajador contra empresa.

Coexisten tres sindicatos de trabajadores dentro de CPM. Ellos son CGT, UGT y CCOO, en ese orden de tamaño y representación. Los tres tienen participación en el comité de empresa, actual órgano de negociación entre empresa y trabajador.

Fabrizio forma parte de CGT, el sindicato con mayor representación (13 miembros), de los diez restantes, son seis para UGT y cuatro para CCOO. A su vez, para esta negociación puntual, son apoyados por la organización de CGT Barcelona, CGT Madrid y CGT Sevilla.

Fabrizio es uno de los portavoces para la negociación del despido por parte de CGT. El pasado 8 de mayo, de forma telemática, se dio la primera mesa de negociación con el representante de recursos humanos de CPM y el bufete de abogados de la empresa. A este encuentro le siguen ocho más. El veredicto final fue el 5 de junio, día en el que terminé de escribir esta crónica.

Las reuniones de negociación se fueron concitando complejas, largas, tediosas y, sobre todo, confusas. La doble interpretación del contrato es arma de doble filo y la lucha está puesta en agotar al otro. La estrategia de la CGT consiste en exigirle a CPM sus derechos una y otra vez, sin treguas ni achiques. «No se la vamos a hacer fácil» me repite Fabrizio.

Desde el vamos se siembra la duda y la mala fe, desde el sindicato se piden pruebas y la comunicación de cese de servicios de Airbnb contra CPM, este llega dos semanas después de ser solicitado. Todo pasa de esa forma, se pide documentación y no está, no se tiene o no se sabe, pero después aparece como obra divina.

Querer dialogar con una empresa que se planta ante sus trabajadores como una víctima más de la situación es muy difícil. En un principio ofrecían una indemnización de veinte días a cada empleado por año trabajado, la oferta después de semanas llegó a 33 días, igualmente insuficiente, cuando hablamos de que gran parte de la plantilla no llega al año de trabajo. CPM juega con el perfil de sus contratados, se puede apreciar principalmente gente joven, extranjera y de paso en la ciudad. No obstante, existe otro perfil, como Irina y Fabrizio, con más tiempo en la empresa e implicancia sindical, perfil temido hoy en día por CPM.

«Si aceptamos su propuesta estamos haciendo perpetuar un sistema de tire y use», me dice Fabrizio. «La empresa ahora se vio afectada económicamente por perder a su mayor cliente, que por la situación coyuntural bajó abruptamente sus ingresos. Entonces nos despiden a todos y cuando quieran y como quieran montan un nuevo sistema de trabajo porque ya tienen infraestructura y gente capacitada. Todo visto en estrategia, no existen las personas, nos ven como cosas que sirven, ahora no servimos, pero si llegamos a servir de nuevo, nos avisan y claro, con nuevas condiciones impuestas por ellos.»

Desde que CPM se instaló en Barcelona, gestionó el servicio y personal de Airbnb en tres oficinas distintas: Lepanto 350; luego Felipe II, 108, y, finalmente ,Pallars, 108. Ambos trabajaron en las tres. Es justo romper una lanza aquí por la empresa, ya que mejoraron sustancialmente sus instalaciones de una sucursal a otra. Con solo escuchar las pintorescas e impublicables anécdotas de nuestros protagonistas pienso en las anteriores sedes como filiales transilvanicas de Drácula, por la oscuridad y el frío. Hoy en día, ubicados en Pallars, 108, se respira otro aire. Se respira aire.

En este momento de receso laboral, solo pude pararme en la fachada donde está instalado CPM para sacar fotos y acceder a sus espacios por redes sociales y en su web. Se muestran al mundo como lo que son, una multinacional, una empresa joven, desenfadada al mejor estilo Google. Espacios amplios, pulcros y luminosos, vistas paradisíacas de la ciudad en terrazas y ventanales, haciendo el deleite de empleados sonrientes, impecables en ropa y actitud que posan cual modelos publicitarios, seres notables que dan ganas de correr hacia ellos para abrazarlos y pedirles matrimonio.

Cuando Fabrizio empezó a trabajar, se emitían contratos temporales de tres meses, prorrogables por otros tres, para luego tener un contrato de «obra y servicio» que depende de la mantención del servicio. Con cualquiera de ellos, en esta situación de despido colectivo, hubiesen quedado todos de «patitas en la calle» y sin derecho a reclamar nada. Ahora, cada trabajador ingresa con un contrato indefinido que le da derechos de base, los que empiezan a trabajar en CPM no saben que este pequeño cambio fue una pelea de años, aplicar la ley no siempre es tan fácil como debería.

Pedir perdón o permiso, lobos con poder de lobos contra corderos sin poder. Siempre fue así, batallas titánicas donde unos tienen armas de fuego y otros, arcos con flechas. Así se fueron armando y rebelando los sindicatos, sin instrucciones jurídicas ni legales, averiguando y haciendo respetar su derecho.

Como uno de los voceros del sindicato en cada reunión de negociación con la empresa, Fabrizio comienza o termina sus frases con «que conste en acta». La encargada de la redacción de las actas es Irina, que siempre está tecleando a su costado. Él habla y ella escribe todo lo que pasa en esas reuniones, después lo coteja con otra compañera, unifican un documento y se lo mandan a la persona encargada de hacer las actas del lado empresarial, se vuelve a cajeta las versiones y se termina con un documento único por reunión. Irina también se indigna porque parece que las actas empresariales son redactadas bajo efectos psicotrópicos que, alterando diversos procesos de la mente, generan cambios de percepción y consciencia.

Gran parte del periodo de cuarentena a causa de la situación pandémica, lo pasaron recluídos en su ático del sexto piso por escalaria. La vida ocupada por el sindicato, reuniones telemáticas diarias de hasta cuatro horas para después seguir entre ellos dándole vuelta al asunto, sacando enojo y frustración retroalimentada hasta decir basta. Imponiéndose no hablar más del tema por algún rato. Sus estados de ánimo, entre la indignación y la euforia, y tal cóctel desemboca en cansancio.

Ahora hablan con la cadencia y el léxico sindical, no se pueden sacar el personaje de encima y lo que en una primera lectura parece gracioso, oculta un trasfondo patológico obsesivo. Me confiesan que se levantan y se acuestan pensando en el «asunto» y les cuesta poner foco en otra cosa.

En uno de nuestros encuentros, Fabrizio, con los ojos rojos de mirar una computadora y afónico de hablar, me confiesa que quiere que la negociación termine de una vez por todas, pero, inevitablemente, a medida que avanza, su implicancia es absoluta, y como vocero de CGT tiene una gran responsabilidad. Su tarea sindical tiene, además, una arista de apoyo psicológico con la que no contaba, casos puntuales de compañeros en estados de emergencia que necesitan escuchar palabras de esperanza y aliento del otro lado.

A eso se le sumó que no todo es militancia y hermandad dentro del sindicato. Las discrepancias están en las mejores familias, donde coexistan humanos con intereses van a estar. Con el correr del mes la comunicación interna empezó a tambalear, discusiones extenuantes, ideas y vueltas sin buen puerto. Esto desencadenó la desvinculación de dos integrantes de CGT y un tercero en el último momento, cosa que la empresa usó a su favor a la hora de recriminar que el sindicato «no quiere negociar» ni puede organizarse.
Estas bajas de amigos sindicales es lo que más duele, se fueron y no en los mejores términos. Difamación y malversación de información hace a este asunto un culebrón de la tarde, con mucho subtrama inverosímil que lamentablemente de ficción no tienen nada.

Mi relato de su vida es una reconstrucción libre de nuestras charlas y alguna visita, pero solo un ser negro y de ojos celestes fue testigo de su cotidianeidad y desasosiego. Lo supongo despertando abruptamente de sus siestas por un grito de Fabrizio al monitor, o huyendo a la terraza para no escuchar más el tecleo frenético de Irina. Con cuarentena autoimpuesta desde su nacimiento ahora disfruta de sus dueños en la casa todo el día, sin saber los pormenores del mundo, lo bien que haces, Oscar, lo bien que haces.

Llegó el día 5 de junio y la película entra en su último acto.

Fabrizio, con gran oratoria, se expresa siempre pausado, las veces que se exalta corresponden a preguntar tres veces lo mismo y recibir esquivas respuestas. A su lado el tecleo de la computadora se hace insoportable, es Irina concentrada en su rol de transcribir y no dejar escapar nada que se diga. Él habla y ella escribe, una dupla que funciona y da gusto verla en acción, en el terreno sindical, en el bar de la esquina o cocinando a dúo, mezclando la contundencia del plato de fondo peruano con la entrada búlgara de sopa y verduras.

Así son, villanos crueles y superhéroes benévolos, depende de quién esté enfrente. Por suerte, y toco madera, al momento solo he recibido el segundo adjetivo calificativo y solo habrá que ser una empresa multinacional queriendo ejecutar un despido colectivo y poco procedente para sacarles el primero.

Después de ocho reuniones de negociación con la empresa CPM, el 5 de junio se concluyó el periodo de negociación, SIN ACUERDO. Ahora toda la responsabilidad está en la cancha empresarial: despidos, asignaciones en otros puestos de trabajo. Tienen 15 días para hacer estas notificaciones.

Fabrizio me manda un audio de voz y trascribo textual: «Ya hoy es una victoria, aunque nuestra propuesta no fue aceptada, no nos dejamos intimidar por la empresa, ni por las acciones de algunos compañeros que pensaban distinto. Ya aguantamos lo peor».

Mientras pasaban las semanas y me involucraba a fondo con esta situación asfixiante de crisis social y laboral, más pensaba en la simpleza de aquellas abuelas, de ese mundo cubano del 2006, de aquella utopía que por definición no está en ningún lado, pero que hasta ahora fue lo más parecido que encontré.

Pasaron catorce años de aquel iniciático viaje por Cuba y es probable que ahora sean las hijas de esas abuelas las encargadas de los desayunos, los carteles y las llamadas telefónicas. Sin subcontratar servicios ni atender llamadas por call center, sin sindicatos y mucho menos con despidos colectivos.

En medio de todo este proceso aquí redactado, cuando la vida empezó a dar libertades, paseábamos sin rumbo con Fabrizio e Irina cada noche. En mi calidad de periodista era difícil no querer hurgar, pero entendía esos momentos como su recreo. Y tal vez quede, y rescate solo eso, apoyarse en la amistad y transitar los momentos hablando de otra cosa, planeando vacaciones sin plata con amigos desocupados, riendo e imaginando situaciones tragicómicas.

Porque esta crónica no va a ser leída y la lucha sindical siempre va a estar opacada por el interés empresarial. Pero cada cual hizo lo mejor y mientras exista el entusiasmo de hacer con pasión, la esperanza y la utopía nos llevarán, una y mil veces, por imaginarios caminos cubanos en busca de cartelitos donde leer nuestro nombre, a la espera de señoras que te sirven desayuno y te tratan como a un nieto.